Canción del momento XVI

Si me lo permitieran, pagaría muy buena plata por vivir (aunque sea por un par de horas) dentro de una canción de The Decemberists. A lo largo de cuatro discos y un puñado de EPs, Colin Meloy (cantante, guitarrista y autor de la enorme mayoría de sus temas) creó un universo plagado de piratas sádicos, bicicletas perdidas, callejones victorianos y suicidios por amor, un extraño amalgama aventurero de distintas épocas y latitudes en el que nada parece fuera de lugar. Y encima lo hizo armado de una delicadeza musical a prueba de balas.

Basten como ejemplo los cuatro minutos y pico de My mother was a Chinese trapeze artist (que se encuentra en el EP 5 songs del año 2001) , durante los cuales se repasa un enroscadísimo árbol genealógico que incluye guerrilleros franceses de pre-guerra y comunistas desertores apasionados por el punk-rock. Cuando Meloy nos confiesa que, a pesar de haber recorrido el mundo como marino a cargo de un brigadier que lo ganó en un partido de canasta, él hubiera preferido vivir como un simple panadero, nosotros no tenemos otra opción que creerle.

as canciones de The Decemberists suelen ser también bastante engañosas: aún cuando los acordes y arreglos remitan a la más pura alegría, siempre puede detectarse una corriente de angustia debajo de la superficie. Tal es el caso de Summersong (del disco The crane wife, editado hace muy pocas semanas), en el que las luminosas imágenes de una playa veraniega y la mujer amada son devoradas por una gran ola, mensajera de una tumba de agua.

sta misma dualidad macabra, quizás con mucho mayor ímpetu, se puede encontrar en mi canción favorita de The crane wife, con la que concluye esta humilde reseña. Se trata de The Shankill Butchers, una tenebrosa canción de cuna centrada en las andanzas de un grupo de asesinos en Irlanda del Norte.

They used to be just like me and you
They used to be sweet little boys
But something went horribly askew
Now killing is their only source of joy
'Cause everybody knows
If you dont mind your mother's words
A wicked wind will blow
Your ribbons from your curls
Everybody moan, everybody shake
The Shankill Butchers wanna catch you
Awake
---
Solían ser igual que vos y yo
Solían ser dulces nenitos
Pero algo salió horriblemente mal
Y matar es ahora su única fuente de alegría
Porque todos saben
Que si no hacés caso a tu mamá
Un viento malvado soplará
Y hará volar las cintas de tus bucles
Todos a gemir, todos a temblar
Los Carniceros de Shankill quieren agarrarte
Despierto

A ver quién se anima a escuchar esta canción hoy a la noche, con las ventanas de su habitación abiertas de par en par.

Idilio de primavera

Desde hace ya algunas semanas, el Clan Entintado cuenta con una nueva integrante entre sus filas. Estrellita es su feroz nombre y desde un primer momento se ha empeñado en cumplir con notable ahínco las diferentes tareas que le fueron encomendadas: reducir a jirones babosos cualquier elemento que se encuentre a una distancia no mayor a cincuenta centímetros del suelo, seleccionar siempre un rincón distinto de la casa para transformarlo en su excusado personal y despertar a base de sonoros lengüetazos en el rostro a cualquiera que ose intentar dormir a las cuatro de la mañana.

Don Mateo, lejos de sentirse amenazado por perder el título honorario de "miembro más diminuto de la banda", se dejó contagiar por las brisas primaverales que corren por estas pampas y dedicó todas sus habilidades románticas a ganarse el cariño de la recién llegada (cosa que no le costó demasiado, según comprobarán en las imágenes que aquí ofrecemos).

Besos acolchados

Besos acolchados

Compartiendo siesta

Compartiendo siesta

Así que ya lo saben: tengan mucho cuidado con las andanzas de este temible dúo de malvivientes. Tiemblan Bonnie y Clyde.

En el baño es complicado

En el baño es complicado, porque no hay espacio para maniobrar y cada movimiento, por mínimo que sea, se topa enseguida con alguna arista de cerámica, dura y fría. Es también muy probable que alguno de los tornillitos se nos resbale de los dedos y termine escurriéndose por los huecos de la rejilla del desagüe, entre el inodoro y el bidet. Encontrar algún rincón libre para almacenar los flanes es siempre una tortura, obviamente, y la acústica será muy apta para cantar en solitario pero el eco se torna bastante molesto a la hora de armar un canon decente. Encima, entre la humedad natural de la zona y el vapor de la ducha, estas membranas suelen pegotearse enseguida a los azulejos, y si uno llega a dormirse apoyado contra la pared después es un tremendo problema levantarse sin perder un pedazo de ala.

Por eso digo que el ambiente ideal para completar tranquilamente el proceso es siempre el garaje, o en su defecto algún placard viejo forrado de papel de colores y al que entre algo de luz por una rendija, pero únicamente a la tardecita, eso sí.

Valle de Las Cuevas Malbec

Elaborado íntegramente con uvas cultivadas sobre las laderas septentrionales del río Las Cuevas, protegidas naturalmente de los ocasionales extremos del clima cuyano, este vino representa el pináculo de más de un siglo de desarrollo enológico en las Bodegas Maison Tintée. Cuidadosamente cosechadas en su punto justo de madurez, las uvas son despalilladas por un grupo de monjes tibetanos dentro de pequeñas habitaciones oscuras, pasando luego a un proceso de fermentación y maceración no menor a cinco años, bajo temperaturas constantemente controladas.

En nariz se presenta suavemente especiado, con aromas a canela, tabaco, frutas confitadas y cuero claramente distinguibles en una primera olfación, causados sin duda por su prolongado estacionamiento en barricas de roble de Eslavonia, pinotea y PVC. Es posible percibir, en inspección más profunda, ciertos dejos a vainilla y pimienta, coronados por una personalísima combinación de lavanda, cordero asado y trusa antigua.

Redondo, aterciopelado y casi imperceptible en su acidez, es al momento de beberlo que el Valle de Las Cuevas Malbec realmente muestra su carácter excepcional. Su ataque sedoso y equilibrado es pleno en notas de frambuesa, manteca y tierra húmeda, con taninos suaves y agridulces. El final de boca es prolongado y persistente, combinando puntos de café torrado, plátano verde y una particular salinidad, reminiscente de las lágrimas mezcladas con sangre que se nos agolpaban en la garganta aquella madrugada en que nuestra madre nos abrazó fuerte, muy fuerte, prometiéndonos entre susurros entrecortados que esa sería la última vez que ese cerdo borracho e infame nos golpeaba así, blandiendo el cinturón como un látigo infernal a lo largo de interminables minutos, con los ojos desencajados y esa espantosa espuma en la comisura de los labios.

Ideal para acompañar quesos blandos, carnes de caza y espárragos gratinados.

Esas pequeñas cosas

Un rato antes de embarcar para volvernos a Buenos Aires me asaltó (como siempre) esa desesperación de no tener nada para leer durante el vuelo, en caso de que no pudiera dormir. Así fue que entré a uno de los varios puestos de libros y revistas que se multiplican en el aeropuerto y pasé a revisar pacientemente la oferta literaria. Me terminé decidiendo por Never let me go (traducida al castellano como Nunca me abandones), la más reciente novela del japonés-británico Kazuo Ishiguro. Ya había disfrutado antes de su estilo sobrio y delicado (casi se diría untable), así que supuse que no podría estar equivocándome demasiado en mi elección.

Portada

Portada

Como también suele ocurrir, no llegué a leer más de un capítulo en el avión antes de caer desmayado por el sueño, despatarrado en alguna pose invariablemente indigna. El pobre libro entró entonces en modo "lectura fuera de período vacacional", en el que apenas puedo encontrar el tiempo para avanzar, con suerte, seis o siete páginas por día. Varios de los volúmenes que en el pasado cayeron en este limbo terminaron siendo abandonados, casi siempre injustamente.

Pero eso no está ocurriendo en este caso, y creo que se debe a circunstancias totalmente ajenas a sus méritos artísticos. No es que la historia no me atrape (de hecho, me resulta bastante entretenida, más allá de un trasfondo argumental algo remanido en estos últimos años), pero lo cierto es que hay pequeños detalles de diseño que están actuando como imanes subconscientes.

Por poner un ejemplo, me atrae muchísimo la tipografía que eligieron. Busqué el nombre en la referencia técnica de las primeras páginas, pero no supe encontrarlo. Es bastante genérica, pero hay ciertos rasgos (la patita alargada de la R mayúscula, las serifas en la y minúscula apuntando todas para el mismo lado) que me resultan fascinantes.

Detalle interno (uno)

Detalle interno (uno)

Pero lo que más me seduce, por lejos, son los minúsculos garabatos antropomórficos que cada tanto marcan algún salto dentro de la narración. Hay varias docenas a lo largo del libro, todos distintos entre sí. No sé todavía si tienen algo que ver con la trama, pero lo cierto es que cada vez que levanto el libro me propongo como meta tácita llegar hasta el próximo dibujito, para quedarme después estudiándolo por un rato, embobado.

Detalle interno (dos)

Detalle interno (dos)

Detalle interno (tres)

Detalle interno (tres)

Detalle interno (cuatro)

Detalle interno (cuatro)

Vaya uno a saber cuántas veces, a lo largo de mi vida, terminé dándole mayor relevancia que la merecida a algo debido a cositas así, tan intrascendentes a primera vista pero planeadas seguramente con gran cuidado.

Al final va a resultar que los especialistas en marketing subliminal tuvieron siempre toda la razón.

Consultoría externa

Que la vida del trabajador circense no es un oasis de opulencia es un hecho ampliamente demostrado. Pero algunos miembros del Circo de los Hermanos Farfalla no sólo se multiplican laboralmente en el ámbito de las carpas, sino que también hacen uso de sus respectivas habilidades en pequeñas tareas rentadas allá afuera, en el mundo real. Luciendo sus largos zancos, los equilibristas limpian la parte superior de los toldos en el almacén del pueblo que les toca en suerte cada semana. Los payasos dan rienda suelta a su angustia acumulada, derramando gordos lagrimones mientras posan para óleos espantosamente cursis. Si alguien dejó caer una moneda en algún rincón inaccesible, no tiene más que acudir a Josefina, la bella contorsionista (a quien las malas lenguas acusan de entreverarse en actividades bastante menos inocentes, aprovechando su extraordinaria flexibilidad corporal y las fantasías desbordadas de la población masculina de la zona).

Pero el negocio externo más exitoso es quizás también el más macabro: esos simpáticos enanos que durante la función de matiné hacen las delicias de los niños, por las noches conforman un temible grupo de asesinos a sueldo capaces (por el precio correcto) de escabullirse en casas ajenas a través de claraboyas, rendijas o desagües y estrangular sin remordimientos a la víctima de turno con sus minúsculas manitos enguantadas.

Dicen que, de todos ellos, el más mortífero y salvaje es un tal Firuletín.

(Anteriormente, en esta misma saga: Juntos y bien revueltos - Escape - Roles múltiples)

El Síndrome Entintado

Seguramente existan varios estudios dedicados al Síndrome Salinger (que bien podría rebautizarse, por ejemplo, como Síndrome Harper Lee). A grandes rasgos, esta supuesta patología suele referirse a aquellos escritores que en un punto muy tempranero de sus carreras se encontraron con un grán exito de crítica y ventas, y que luego (quizás temerosos de no poder colmar las expectativas con sus siguientes obras, quizás asqueados de la popularidad y el constante escrutinio) optan por "desaparecer" tanto del mundo literario como de la vida pública. Frecuentemente, este hermetismo autoimpuesto se combina a lo largo de los años con una serie de rumores (habitaciones rebosantes de manuscritos sin publicar, fotografías borrosas saliendo de un supermercado, confesiones de viejos amantes) que no hacen otra cosa que seguir agigantando la leyenda.

Yo humildemente propongo la institución del Síndrome Entintado, antípoda del fenómeno al que se hace referencia en el párrafo anterior. En este caso, el autor directamente decide jamás crear su obra maestra (ni al principio, ni en la mitad, ni al final de su carrera literaria), debido sobre todo a su absoluta incapacidad intelectual para hacerlo. Así pasa sin escalas a generar una larguísima sucesión de bodrios irremediables, los cuales logran la difícil tarea de decepcionar a un público que ya de por sí no esperaba absolutamente nada. Y lejos de ocultarse, avergonzados por sus nulas aptitudes artísticas, aquellos afectados por este trastorno deciden poner su intimidad a disposición de cualquier tipo de escrutinio popular, revelando a grito pelado su color favorito (amarillo cadmio) o detallando los alimentos que les producen acidez estomacal (cualquier cosa al ajillo) ante quien tenga la mala suerte de cruzarse por su camino. Los ejemplares más peligrosos de esta cofradía pueden llegar al espantoso extremo de publicar su propio weblog, desparramando sus despropósitos en el éter sin ningún tipo de control.

Sólo espero que nadie se me haya adelantado a implementar esta novedosísima idea. Odiaría perderme los millones de dólares que esperan ser acumulados en concepto de derechos de autor.

Suspensión inanimada

Una de las razones para la relativa quietud en estas páginas (además de la ya acostumbrada vagancia de las musas de su autor, por supuesto) es que el campamento Entintado está en pleno preparativo viajero. Estaremos alejados de nuestros pagos por un par de semanas, en un pequeño periplo que mezclará placer, negocios y actividades sociales en partes más o menos iguales.

Debido a las actuales circunstancias tecnológicamente restrictivas a la hora de abordar vuelos internacionales, por todos harto conocidas, hemos desistido de la idea de llevarnos la computadora portátil. Esta difícil decisión se traduce en una muy baja probabilidad de que este espacio sea actualizado desde allende nuestras fronteras (a diferencia de lo que ocurrió en nuestra aventura mundialista). Aprovecho entonces estas líneas para avisarles de esta breve suspensión y de paso pedirles que nos cuiden el chiringuito: con regar el potus día por medio y cada tanto sacudir las telarañas nos alcanza y sobra.

De todas maneras, para que nuestros habituales lectores no nos extrañen demasiado (larga pausa para carcajadas incontenibles), les dejamos un regalito de despedida ante nuestra breve ausencia. Se trata de una sentida interpretación de la afamada canción "El payaso Plim Plim" a cargo del notorio cantante melódico romántico contemporáneo conocido como Monsieur Mateo, capturada algunas semanas atrás en un íntimo recital en La Maison Tintée:

Nos leemos a la vuelta, mis amigos.

Acomodando la balanza

Como para que no queden dudas de que detrás de todo esto hay fuerzas misteriosas que insisten en mantener cierto balance en nuestra realidad cotidiana, un nuevo y cabal ejemplo nos lo grita en la cara: unos días después de que desde aquí descerrajáramos el equivalente literario a un trago de ácido sulfúrico, don Eduardo Abel Giménez procede a regalarnos una botella del más delicioso elixir imaginable, en el punto ideal de añejamiento.

El universo vuelve a estar en perfecto equilibrio.

Cómo arruinar un fin de semana

Es bien sabido que muchos aprovechan el tiempo libre que suele venir aparejado con los fines de semana para dedicarse a una serie de actividades que, debido a las cargas laborales y el consiguiente cansancio, no pueden darse el lujo de realizar de lunes a viernes. Un cierto porcentaje de esta gente tendrá a la lectura como su pasatiempo favorito, soñando con el momento en que, apoltronados en el sillón más cómodo de la casa, puedan zambullirse en las páginas de un buen libro.

Pero supongamos que llega el sábado por la mañana y alguno de estos entusiastas lectores descubre con desazón que, atrapado en la vorágine del día a día, ha olvidado pasar por su librería amiga y no tiene nada nuevo para leer. ¡Oh, no! ¿Qué hacer ahora? ¿Acaso podrá la maravillosa Web ofrecerles una rápida solución a su dilema?

Como aquí en Amor Entintado nos enorgullecemos de poder arruinar cualquier tipo de idea, sin importar cuán loable sea, ponemos a disposición de nuestra sufrida audiencia un flamante libro electrónico, que horrorizará a niños y adultos por igual.

Damas y caballeros, es con inmensa vergüenza que hoy les ofrecemos:

Click en la imagen para descargar el archivo (PDF, 60 páginas, 200Kb)

Mediante un inocente click se encontrarán ustedes en la poco envidiable posición de ser poseedores de este pequeño opúsculo, el cual rejunta de manera insolente los renglones más ruines aquí publicados durante el año 2005. El librillo de marras se publica en formato Adobe Acrobat, pasible de ser accedido mediante un horrible bodoque conocido como Acrobat Reader o el muchísimo más ligero y elegante Foxit.

Que el Señor se apiade de todos nosotros.

Apostilla: Si alguno de ustedes se perdió el primer volumen recopilatorio, dedicado a textos del 2004, y desea hacerse con una copia (urgido, sin dudas, por algún tipo de masoquismo incontrolable), no tienen más que pasar por este viejo post y descargarlo.

Medicina de alta mar

A la hora de repasar los variopintos miembros de la malograda tripulación de "La Mozalbeta", uno de los nombres quizás más injustamente olvidados es el de Vicente Magariños, un frágil anciano oriundo de Galicia que ocupó el cargo de médico oficial de la nave. Serán estos breves párrafos un intento de rescatar a este notable personaje del rincón más oscuro de la historia.

Durante los más de doscientos días que duró aquel patético intento de travesía comandado por el capitán Lozano, apenas hubo descanso para el doctor Magariños. Recordemos que la amplia mayoría de los tripulantes de la nave eran poco más que pandilleros barriales, estafadores y reos de la peor calaña, y es bien sabido que las vidas licenciosas que caracterizan a este tipo de individuos no son conducentes a un óptimo estado de salud. El ya magro panorama se complicaba aun más por las cuestionables condiciones sanitarias de "La Mozalbeta": entre el apuro por reconstruir la nave (al que ya nos referimos oportunamente) y su escasa idea de todo lo relacionado a la ingeniería naval, Lozano jamás pensó en cubrir algunas de las necesidades más básicas, por lo que los sesenta y ocho tripulantes se vieron obligados a compartir un mismo excusado de sólo un par de metros cuadrados, que hacía las veces de ducha, lavatorio y retrete. Si a estas condiciones sumamos la escasa cantidad y variedad nutricional de los alimentos que se embarcaron al zarpar, no resulta sorprendente que males como el escorbuto, el beriberi, la difteria y el cólera hicieran estragos entre estos infortunados marinos.

Nuestro solitario facultativo, sin embargo, jamás pareció amedrentarse ante la terrible situación. Encerrado en su pequeño camarote, el cual utilizaba también como consultorio, Magariños hacía pasar de a uno a los hombres que se abarrotaban a su puerta, muchos de los cuales lloraban de dolor por las llagas que se multiplicaban en sus bocas, deliraban consumidos por la fiebre, o simplemente se desmayaban por culpa de la deshidratación y los calambres intestinales. Hablando en tonos dulces y monocordes, el doctor los hacía recostar en un pequeño camastro y procedía a auscultarlos con cierta parsimonia. Magariños luego consultaba durante largos minutos un enorme libraco de tapas de cuero con la palabra "Vademécum" inscripta en letras doradas, al cual jamás permitía que se le acercara nadie que no fuera él mismo. Por último, metía sus manos en un misterioso baúl negro, mezclaba vaya uno a saber qué brebajes, y emergía tras unos minutos blandiendo una vetusta cuchara que invariablemente rebosaba de un líquido pegajoso y dulzón. Y a pesar de que sus recetas caseras para las distintas enfermedades parecían ser (al menos a simple vista y gusto) notablemente semejantes entre sí, lo cierto es que todos aquellos que entraban a su consultorio casi al borde de la muerte, resurgían minutos después desbordantes de una eufórica energía, listos para volver a enfrentar la dura vida en alta mar.

El capitán Lozano, con buen tino, consideraba al doctor como una pieza fundamental para mantener la relativa integridad de su tripulación, y se preocupó siempre por su seguridad durante los numerosos motines que se sucedieron a lo largo de su periplo. Sin embargo, durante una feroz revuelta que tuvo lugar pocos días antes de la zozobra final de "La Mozalbeta", Magariños fue atacado por un grumete absolutamente enloquecido por el hambre y el intenso frío, quien lo arrojó por la borda acusándolo a grito pelado de practicar magia negra y de ser el responsable de que Dios los estuviera castigando.

Tras su muerte, llegado el momento de vaciar el camarote del malogrado doctor y lidiar con sus efectos personales, es que nos encontramos con las aristas más notables de esta historia. Cuando los curiosos marinos al fin tuvieron la oportunidad de asomarse a las páginas de su afamado vademécum, constataron con asombro que los únicos contenidos que guardaban dichas páginas eran litografías en tinta china de señoritas muy ligeras de ropa, enfrascadas en actividades bastante alejadas de la ciencia farmacéutica. Y su baúl de médico, al que suponían atiborrado de decenas de distintos componentes medicinales, tan sólo contenía tres sustancias (hecho que claramente develaba la misteriosa similitud entre todas sus recetas): un botellón de melaza de cedro, un frasquito con agua de alcanfor y catorce kilogramos de polvo de opio de gran pureza.

Si bien varios historiadores luego comprobaron que Vicente Magariños jamás había obtenido ningún tipo de entrenamiento en las artes medicinales y que se trataba en realidad de un simple charlatán de feria, quien esto escribe se niega a minimizar su indiscutible aporte en esta fascinante aventura.

Es hora de levantar nuestras copas en su memoria, buen doctor. ¡Salud!

(Anteriormente, en esta misma saga: Proa hacia allá, Madera verde)

Escarchados

La escarcha cubre el parabrisas del Entintadomóvil

La escarcha cubre el parabrisas del Entintadomóvil

Hasta el pobre tacho de basura sufre la helada

Hasta el pobre tacho de basura sufre la helada

Diría la tía Zoila: "Media fresquita la mañana como pa' salir en corpiño calado".

(Los distinguidos visitantes sabrán disculpar la escasa calidad de las imágenes, capturadas con un teléfono celular sin ningún tipo de premeditación ni pretensión artística.)

Quod erat demonstrandum

Proposición: El presente teorema busca refutar, de manera sucinta y elegante, la noción de que todo teorema debe contar necesariamente con una demostración unívoca, clara y completa, generalmente compuesta por una secuencia finita de fórmulas lógicas bien formadas y basada en una o varias técnicas ampliamente aceptadas en el mundo de la lógica matemática.

Demostración: ¡Listo! Q.E.D.

Canción del momento XV

Quienes tengan la mala fortuna de ser veteranos seguidores de estas páginas habrán notado que tengo cierta debilidad por todo lo autorreferencial, y la música no escapa a este particular fetiche mío. Por eso pensé en dedicar esta nueva edición de nuestro ya tradicional apartado melómano a las metacanciones, como podríamos catalogar a aquellos temas que en sus letras se refieren, de una manera u otra, a sí mismos.

En ocasiones, esta autorreferencia genera una especie de paradoja temporaria, como ocurre con la canción Leaves that are green de Simon & Garfunkel, de su clásico disco Sounds of silence (1966). La primera estrofa arranca con estos fantásticos versos:

I was twenty-one years when I wrote this song
I'm twenty-two now, but I won't be for long
---
Tenía veintiún años cuando escribí esta canción
Ahora tengo veintidós, pero no por mucho tiempo

Acá va toda enterita, para que la disfruten:

Willie Nelson, el trenzado cantautor country/folk, utiliza también muy sutilmente este tipo de truco en Sad songs and waltzes, un tema incluído en su disco Shotgun Willie, del año 1973. Allí, caballerosamente, le advierte a una dama que está escribiendo una canción acerca de cómo ella lo hizo sufrir con sus engaños, pero a la vez admite que la traidora no tiene mucho por qué preocuparse:

But you've no need to fear it
'Cause no one will hear it
Sad songs and waltzes aren't selling this year
---
Pero no necesitás temerle
Porque nadie va a escucharla
Las canciones tristes y los valses
No se están vendiendo este año

La gracia está, por supuesto, en que esta canción es justamente ese triste vals desamorado. Para publicarla aquí elegí el cover de Cake que se puede encontrar cerrando el discazo Fashion Nugget, de 1996:

Y quizás la primera canción que yo recuerdo haber escuchado que no tenía empacho en autoaludirse para lograr un golpe de efecto es la celebérrima You're so vain, escrita por Carly Simon e incluida en el LP No Secrets (1973). A lo largo de cuatro minutos y pico, Simon se burla de las actitudes soberbias y autosuficientes de un anónimo sujeto que, según parece, es de una petulancia insoportable. Y en el estribillo se da el gusto de armar una pequeña y elegante trampa de la que este señor jamás podrá escapar:

You're so vain
I bet you think this song is about you
Don't you?
---
Sos tan vanidoso
Apuesto a que pensás que esta canción habla de vos
¿No es cierto?

Para no reincidir sobre el original (que es muy bueno, pero está ya trilladísimo por su inclusión en mil bandas de sonidos y recopilación de hits de antaño), elegí ofrecerles una interpretación muy cercana al funk/soul a cargo del grupo de David Axelrod, un músico y productor inglés de larga trayectoria, quien la versionó en su disco Heavy Axe de 1974:

Me olvidaba: si tienen ganas de seguir revolviendo en esto de las canciones autorreferenciales, Wikipedia tiene un listado como para perder un largo, largo rato.

Estrella del camino

La ruta serpentea allá adelante, como una tentadora lengua de pavimento pegajoso. Ronroneando bajo sus dedos, el motor parece rogar por más. En ese preciso instante, un solo bestial de slide derrite los parlantes y hace que Buenos Aires y Detroit se confundan en un mismo ahora. ¿Existe acaso alguna otra opción, excepto cerrar fuerte los ojos, sacudir la cabeza y pisar a fondo el acelerador?

Hoy la noche está, bien literalmente, en pañales.

(Imágenes sin sonido debido a la irremediable ineptitud del camarógrafo)

Reflexión al margen: El video capturado en celular, por pobreza de imagen e implicaciones sentimentales, es sin lugar a dudas el Super-8 de las nuevas generaciones.