Título temporario

Si en este momento me propusieran dedicarme a una tarea que involucre algún tipo de título temporario sobreimpreso en una pantalla de televisión, no lo pensaría dos veces y elegiría ser "enviado especial". Hay tantas connotaciones positivas en cada una de esas dos palabras que resultan simplemente irresistibles.

En primer lugar, ser enviado involucra por definición algún tipo de viaje, y conocer nuevos horizontes o volver a visitar algún punto remoto es siempre enriquecedor. Adicionalmente, el hecho de que allí ocurra algo que provoque la frase "¡Epa! ¡Tenemos que mandar a alguien de inmediato!" significa que uno será testigo de eventos dignos de la atención del gran público.

Existe también un tema directamente relacionado con el ego: si están decidiendo enviarme a mí en lugar de utilizar los servicios de alguien que ya se encuentre en el lugar de marras, con los obvios ahorros que esto significaría, entonces es claro que mis características personales justifican la inversión. Y es ahí donde entra la palabra "especial" en la ecuación: no soy un enviado cualquiera, no señor. Hay algo en mí que me aparta del resto de los mortales. Podrían haber comisionado a otro, pero la magnitud de la ocasión amerita que sea yo quien se ocupe del tema. ¡Abran paso, mediocres, que acá llega el enviado especial!

Sí, ese sería hoy mi sueño, definitivamente. Pero también debo confesar que mi aspiración secreta, mi deseo más íntimo, es tener una larga, fructífera y respetada carrera, para que así algun día, en alguna pantalla, mi nombre se vea engalanado con la credencial efímera más codiciada: "estrella invitada".

Universo en equilibrio

Cambiando un poco de tema, el inodoro del baño de mi oficina comenzó hace unos días a emitir un perfecto mugido cuando se presiona el botón que hace correr el agua.

Si es verdad aquello de que el universo está siempre en perfecto equilibrio, en este instante hay en algún lugar del mundo un granjero muy preocupado ante el extraño sonido que emite su vaca lechera favorita, como si en su bovina garganta se ocultara una cascada en miniatura, escurriéndose rápidamente en un ominoso glug-glug final.

Todo tiene un final, todo termina

Mateo sabía muy bien que las fuerzas de seguridad alemanas estarían particularmente atentas ante cualquier intento de regreso a territorio teutón con la intención de asistir al partido de Argentina frente a Holanda, último match de la primera ronda del Mundial. Sabía también que ellos iban a estar esperando lo inesperado, como que cavara un túnel subterráneo desde París hasta Frankfurt o se camuflara como integrante del equipo de mantenimiento del césped del estadio.

Fue así que decidió, con esa simple genialidad tan lamentablemente enfocada al mal, repetir la estrategia utilizada en todas sus incursiones previas: ingresar caracterizado como un simple aficionado más.

Y, por supuesto, funcionó.

Mateo, de incógnito

Mateo, de incógnito

Eso sí, como medida precautoria para evitar las ruidosas calles de Frankfurt, repletas de oficiales policíacos y cámaras de vigilancia, el minúsculo malhechor decidió basar sus operaciones en un somnoliento pueblito aledaño llamado Bad Homburg, rebosante de esquinas encantadoras y arquitectura digna de un reloj cucú.

Una típica callecita en Bad Homburg

Una típica callecita en Bad Homburg

Una plazoleta de Bad Homburg reflejada en los lentes del fotógrafo

Una plazoleta de Bad Homburg reflejada en los lentes del fotógrafo

El ingreso al estadio fue tal cual lo esperado. Mateo atravesó sin problemas todo tipo de control, armado de la sonrisa más falsamente ingenua que jamás se haya visto en Europa. En el trayecto hacia la tribuna y a lo largo del desarrollo del encuentro, nuestro precoz malviviente se alzó con el efectivo y las tarjetas de crédito de más de doscientos aficionados (todos ellos identificados con el furioso naranja holandés, casi como una cuestión de conciencia patriótica), quienes jamás sintieron siquiera un roce de sus hábiles dedos.

Vista panorámica de futuras víctimas, previa al comienzo del match

Vista panorámica de futuras víctimas, previa al comienzo del match

Sin embargo, esta jornada (que se presentaba como un punto altísimo en la carrera criminal de nuestro héroe) terminó resultando un amargo final para su gira delictiva europea. Y el pequeño cayó como suelen caer aquellos que se saben inmensamente talentosos y buscan siempre nuevos límites, volando demasiado cerca del sol.

Cuando ya estaba por concluir el encuentro, y quizás envalentonado por los miles de Euros que llevaba recaudados en sus andanzas del día, Mateo intentó la técnica denominada pungueta triple, en la cual utilizó cada una de sus manos simultáneamente para quitarles la billetera a ambos miembros de una pareja de japoneses sentados frente a nosotros, mientras con los dedos del pie derecho (desnudo luego de deshacerse de la zapatilla y su media correspondiente) abría el cierre de la cartera de una pulposa holandesa que ocupaba el asiento vecino.

En el momento en el que se comenzaba a dibujar una pícara sonrisa en su rostro, regodeándose por su asombrosa habilidad para el latrocinio, un camarógrafo en el campo de juego quedó prendado de su mueca y decidió enfocarlo en gran detalle. Consecuentemente, el director de cámaras decidió que esa tierna toma era exactamente lo que la transmisión televisiva necesitaba para animar el anodino match y ponchó alegremente, reproduciendo en cientos de millones de televisores alrededor del mundo y (más fatalmente) en las cuatro pantallas gigantes del estadio el preciso instante en que Mateo daba por concluida su fechoría final.

En cuestión de segundos, cerca de una veintena de policías, oficiales del FBI y soldados de las fuerzas especiales de la OTAN nos rodeaban, escoltándonos fuera del estadio a punta de fusil automático.

De ahí en adelante, los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente. Como las leyes germanas no contemplan en ninguno de sus incisos la posibilidad de enfrentarse con un detenido de tan corta edad, no importa cuán larga sea su planilla delictiva, no tuvieron más remedio que dejarnos ir. Eso sí, todos los pasaportes del Clan Entintado fueron engalanados con severos sellos que nos prohíben (a nosotros y a nuestras próximas cinco generaciones de descendientes) pisar territorio europeo en el futuro.

Además, las autoridades se aseguraron que nuestro viaje de vuelta a Argentina fuera lo más incómodo posible, incluyendo en el itinerario un cruce del Mar Caspio en balsa maderera de bandera afghana, un largo trayecto a lomo de dromedario a través del Sahara y un turbulento vuelo en una aeronave Hércules C-130 entre Marruecos y la Guyana Francesa. Gracias a este complicado periplo, tuvimos la poco envidiable oportunidad de ver el partido México-Argentina (correspondiente a cuartos de final de la competencia) en un vetusto televisor blanco y negro en las afueras de Manaos, en plena selva amazónica. Es quizás superfluo aclarar que los aborígenes de la zona, claramente identificados con la selección verdeamarelha, no fueron muy comprensivos con nuestros desenfrenados festejos luego de la esforzada clasificación a la siguiente fase, y tengo en mi cuello varias cicatrices causadas por proyectiles de cerbatana que certifican claramente este hecho.

Estamos al fin de vuelta en nuestro hogar, luego de casi una semana de agotador viaje. La Entintada y quien esto escribe desean fervientemente que las penurias sufridas hayan servido de escarmiento para Don Mateo, quizás encauzándolo antes de que sea demasiado tarde, pero no nos tenemos demasiada fe. De hecho, lo sorprendí anoche utilizando mi teléfono celular para comunicarse con uno de sus secuaces en Johannesburgo, comenzando ya a organizar su desembarco sudafricano para la copa del 2010.

Me parece que no voy a tener otro remedio que llamar a Nelson Mandela para que se vaya preparando.

Primer set

Mateo nos despertó a las cuatro de la mañana, obligándonos a escabullirnos por una puerta lateral del modesto hostal que ocupábamos en el barrio latino de Praga y dejando impaga una indudablemente abultada cuenta de gastos extraordinarios (más temprano en esa misma noche, azuzado por haberse tomado todas las pequeñas botellas de vodka y tequila del minibar, nuestro pequeño malviviente había decidido redecorar los cortinados de la habitación utilizando seis frascos de pintura verde fosforescente en aerosol). Atontados por el sueño, apenas pusimos reparos a la idea de trepar al remolque enganchado a una desvencijada camioneta roja manejada por dos corpulentos gitanos húngaros que, a juzgar por la animada conversación que compartían, parecían ser viejos amigos de nuestro hijo.

Viajamos sin descanso durante el resto de la noche y parte del día siguiente, camuflados para eludir controles aduaneros bajo inocentes montones de heno entre la carga de setenta gallinas ponedoras que estos muchachos debían transportar hasta una granja en la campiña francesa. Aparentemente, Janos y Ferenc (tales eran sus nombres, según nos enteramos en algún momento de la travesía) le debían algún tipo de favor a Mateo, ya que no tuvieron problema en desviarse algunos kilómetros de su ruta original para acercarnos al estadio de Gelsenkirchen, en donde Argentina cumpliría con su segundo compromiso mundialista ante Serbia y Montenegro.

Cuando cruzamos el río Rin, a la altura de Düsseldorf, el leve reflejo ocre que el sol del mediodía le otorgaba a sus aguas me recordó por un brevísimo instante al Río de la Plata. Sonreí ante la reminiscencia y la consideré un buen signo.

Un par de horas más tarde, mi humilde presagio se convertía en abrumadora realidad.

Panorámica del estadio de Gelsenkirchen, una hora antes del comienzo del match

Panorámica del estadio de Gelsenkirchen, una hora antes del comienzo del match

Detalle del impresionante techado del estadio

Detalle del impresionante techado del estadio

Festejo de uno de los goles. No tengo idea de cuál.

Festejo de uno de los goles. No tengo idea de cuál.

¿Mateo o William Wallace

¿Mateo o William Wallace

A pesar del lógico descontrol generalizado de la parcialidad argentina tras el encuentro, La Entintada y un servidor estábamos decididos a no perder de vista a Don Mateo, buscando evitar nuevos desmanes como los que tuvieron lugar tras el primer partido y que terminaron derivando en nuestro precipitado escape de tierras alemanas.

Pero ni siquiera la vigilancia más estricta es suficiente para detener a este empedernido malhechor. Con la excusa de estar antojado de un buen pretzel, nos convenció de detenernos por un minuto a la salida del estadio en uno de los puestos de venta de bebidas y comestibles que pululan en todos los predios de este tipo. Cuando le quitamos los ojos de encima por un segundo para buscar un poco de mostaza, el pequeñuelo aprovechó para manotear todos los billetes de una de las cajas registradoras del lugar (que no eran pocos, a esa altura de la tarde) y darse raudamente a la fuga en dirección a Janos y Ferenc, quienes aparentemente habían decidido tomar un descanso en su camino para emborracharse con aguardiente en el sector de estacionamiento del estadio mientras escuchaban el partido por la radio.

Dudamos unos instantes, sopesando la idea de aguardar el seguro arribo de la polizei y entregar a nuestro propio hijo a las autoridades. Pero sabrán ustedes que los lazos de sangre son siempre más potentes que cualquier tipo de conciencia cívica, y entonces allí partimos, nuevamente pasajeros del remolque avícola de nuestros cómplices gitanos.

Escribo ahora estas líneas desde algún lugar de París, algo debilitado por una gripe fulminante (contagiada, sin dudas, de nuestras aladas y cacareantes compañeras de ruta) pero en vías de franca recuperación, mientras Mateo pasa sus noches entre bailarinas del Moulin Rouge y los más selectos hampones de la noche vernácula.

Sufro (y a la vez no puedo evitar entusiasmarme) al pensar en qué nos puede deparar el futuro. Prometo mantenerlos al tanto.

Grageas de Praga, o Prageas

Reloj astronómico en la plaza principal de Praga

Reloj astronómico en la plaza principal de Praga

Hay algo desconcertante en visitar una ciudad en la que uno no entiende absolutamente ni una palabra del idioma, como si se pudiera experimentar (aunque sea por unos días) la sensación de ser analfabeto. Pero cómo no enamorarse de una lengua en la que se dan el gusto de acentuar las consonantes, digo yo.

Vista nocturna de la plaza principal de Praga

Vista nocturna de la plaza principal de Praga

Haciendo un rápido cálculo mental, con los elementos históricos de una mísera cuadra en Praga se podrían rellenar tranquilamente dos docenas de museos en cualquier otro punto del planeta. Y los lugareños así, tan campantes, caminando entre esos retazos de historia como si fuera lo más normal del mundo.

El Castillo de Praga desde el Puente Carlos I

El Castillo de Praga desde el Puente Carlos I

En estos días parece no haber calle en Praga que no se encuentre invadida por hordas de aficionados mexicanos, fácilmente identificables por sus casacas verdes y carcajadas con tonadilla. Si el Mundial se definiera en base a kilómetros cuadrados invadidos en Europa Central, a estos alegres muchachos habría que darles la copa ya mismo.

Don Mateo y uno de sus temibles secuaces, Pinocchio

Don Mateo y uno de sus temibles secuaces, Pinocchio

Si se hicieran desaparecer mágicamente todas las tiendas groseramente orientadas al turismo (cristalerías bohemias, gigantescos muestrarios de marionetas supuestamente hechas a mano, teatros negros y restaurantes especializados en knedlíky y goulash en pleno verano), el centro de Praga reduciría su masa total en un 80%, sin lugar a dudas.

Praga desde lo alto

Praga desde lo alto

Las mujeres checas, como reza el saber popular, suelen ser atractivas. No parece haber, sin embargo, un fenotipo claramente definido: algunas son de piel dolorosamente blanca y cabellos clarísimos, y otras lucen un tostado oliváceo que combina perfectamente con el azabache de su pelo. Las hay de piernas larguísimas y las hay de rostros redondos como manzanas, y en ocasiones ambas características se dan simultáneamente. Son a veces delgadas y a veces rotundas, a veces minúsculas y a veces gigantescas. Pueden vestirse de manera muy clásica, pero también uno se cruza diariamente con varias jovencitas que parecen pertenecer al cuerpo de baile que acompañaba a Cyndi Lauper en el año 1985.

Quizás la única característica que parece ser común a todas ellas es una tendencia al rostro feroz, de rictus cruel y ojos helados, como si estuvieran dispuestas a desollar con sus propias uñas al primer incauto que ose cruzárseles por el camino. O quizás es una simple ilusión óptica.

Uno de los cientos de frescos que decoran las fachadas en la ciudad

Uno de los cientos de frescos que decoran las fachadas en la ciudad

Don Mateo pareció encontrar en las callejuelas de los barrios más turbios de Praga, cuna de prestidigitadores, descuidistas y pícaros, un campo de práctica perfecto para perfeccionar sus habilidades más cuestionables. Tiemblo al pensar lo que les espera a los pobres Serbios y Montenegrinos cuando retornemos a tierras alemanas para encarar el segundo partido de nuestra gira mundialista.

El Museo del Comunismo, justo arriba del McDonald's. Franz sonríe.

El Museo del Comunismo, justo arriba del McDonald's. Franz sonríe.

La voz ronca del estadio

Como en aquel cuento de Edgar Allan Poe en el que el mejor escondite para una carta resulta ser a la vista de todo el mundo, Mateo decidió que la manera más indicada de birlar los controles policíacos que buscaban prevenir su entrada al estadio de Hamburgo era la de ingresar disfrazado de aficionado común y corriente. Allá partió, todo de celeste y blanco, banderita en mano, camuflado entre miles de camisetas argentinas que inundaban la zona. Y mientras quien esto escribe tuvo que dejar su cámara en uno de los puestos de ingreso al estadio porque según los encargados de seguridad era "demasiado grande y profesional" (obviamente esta gente jamás vio ninguna de mis fotografías), Mateo lograba pasar en brazos de La Entintada, con una sonrisa inocente en los labios y una navaja con hoja de quince centímetros oculta en un costado del pañal.

Afortunadamente, logré agenciarme algunos métodos alternativos de captura de imágenes (gracias a generosas manos amigas) que nos permiten hoy salir del paso luego de tan mal trago para el blogging mundialista. A las pruebas me remito:

Mateo en el puerto de Hamburgo, perfeccionando su disfraz

Mateo en el puerto de Hamburgo, perfeccionando su disfraz

Calentamiento precompetitivo (no se confundan, que el de la 10 no es Maradona)

Calentamiento precompetitivo (no se confundan, que el de la 10 no es Maradona)

La nutrida comitiva argentina (algo fuera de foco, pero quizás sea mejor así)

La nutrida comitiva argentina (algo fuera de foco, pero quizás sea mejor así)

Mateo recibe de su responsable padre una nutritiva porción de comida típica del lugar

Mateo recibe de su responsable padre una nutritiva porción de comida típica del lugar

Cuando terminado el match nos retirábamos del estadio con la satisfacción de la victoria y el alivio de ver que nuestro minúsculo barrabrava no había causado ningún tipo de desaguisado antideportivo, cometimos el tremendo desatino de perderlo de vista por unos segundos, quizás embriagados por la euforia del momento. Esa mínima desatención bastó, sin embargo, para que Don Mateo se acercara a un numeroso grupo de aficionados identificados con los colores de Costa de Marfil y procediera a arrebatarles una enorme bandera de 30 metros de largo con la inscripción "Cote d'Ivoire ou mort", aprovechando la ocasión para hacerse también con un par de billeteras y susurrar barbaridades en francés a las integrantes femeninas más pulposas del pelotón.

En cuestión de segundos, cientos de irascibles marfileños (a los que con admirable rapidez se unieron varias dotaciones de la renombrada Polizei) nos perseguían a gran velocidad por las calles aledañas al estadio, buscando aplicar justicia de la manera más contundente posible ante las repudiables acciones de este precoz inadaptado social. Aprovechando el gentío, la noche cerrada y la cercanía de unas vías, saltamos en el último vagón de carga de un tren que atinaba a pasar por el lugar, sin tener la menor idea de su destino final pero agradeciendo la oportunidad de poder escapar de un castigo ejemplificador (y absolutamente merecido).

Cuando varias horas después el convoy detuvo su marcha, las primeras luces del día nos revelaron la descomunal belleza de las callejuelas de Praga, milenaria ciudad capital de la República Checa.

La sensación de que hay mucho más para contar es, a esta altura de las circunstancias, una innegable certeza.

Instantáneas hamburguesas

Una esquina en Hamburgo

Una esquina en Hamburgo

Una de las personas que aparece cruzando la calle en la foto de acá arriba es muy parecida a mi tía abuela Chela. ¡Un premio inexistente para aquel abnegado lector que la logre identificar correctamente!

A orillas del río Alster

A orillas del río Alster

Esta acuática imagen nos permite observar dos hechos importantes:

  1. La industria del transporte fluvial alemán está atrasada en varios siglos, encontrándose recién en los albores de la era canoística.
  2. Necesito realizar una limpieza urgente de la lente de mi cámara.
Torre de la municipalidad de Hamburgo

Torre de la municipalidad de Hamburgo

Ese reloj está perfectamente en hora. ¡Oh, sorpresa!

Maniquíes mundialistas

Maniquíes mundialistas

Largas piernas, torneadas y lampiñas. Zapatillas impecablemente blancas. Una esponjosa muñequera en composé. Rubios mechones cuidadosamente despeinados. Labios apenas abiertos, en constante seducción. Una mirada soñadora que se pierde en el infinito.

Definitivamente, los diseñadores de vidrieras en Alemania tienen un concepto bastante particular del aguerrido y tosco futbolista argentino.

A la vera del Alster

Luego de interminables rodeos para despistar a las autoridades, que incluyeron tramos en balsa por el Mar del Norte, cientos de kilómetros camuflados entre los cerdos cargados en el remolque de un antiquísimo camión marca Bedford y hasta un cruce en globo sobre la zona de Renania-Westfalia, al fin arribamos a nuestro primer destino: la hermosa ciudad de Hamburgo.

El agotamiento y la caída de la noche impidió que recorriéramos más de un par de cuadras del lugar, pero aparentemente, al mirar hacia arriba, uno puede encontrarse a diestra y siniestra con edificios blanquísimamente germánicos como éste:

Un edificio al azar en Hamburgo

Un edificio al azar en Hamburgo

Además, pudimos cerciorarnos de que no todo aquí es salchicha y sauerkraut. Si uno se tienta, siempre puede deleitarse (¡por sólo un euro!) con alguna delicia bien globalizada:

Hamburguesas hamburguesas, o hamburguesas al cuadrado

Hamburguesas hamburguesas, o hamburguesas al cuadrado

Mañana, con energías renovadas, habrá mas noticias para este boletín.

Oh la la, madame!

El primer tramo del viaje planeado por Don Mateo, conseguido a base de vaya uno a saber qué clase de amenazas y chantajes, nos llevó de Buenos Aires a París. Mientras La Entintada y yo intentábamos conciliar el sueño acomodándonos y reacomodándonos en nuestras butacas (confieso que tuve bastante éxito en dicha empresa), el minúsculo malhechor se pasó el viaje garabateando en un anotador diferentes estrategias para birlar la estricta seguridad de los estadios y lograr contaminar los bidones de agua de los equipos contrarios con un laxante suave o, en su defecto, algún agente neurotóxico. Cada tanto, para matizar sus elucubraciones, pellizcaba lascivamente a las pobres aeromozas cuando pasaban a su lado.

Yo no sé cómo fue que no decidieron bajarnos de ese avión en las Islas Azores.


Existe un prejuicio, sobre todo en los países de habla inglesa, que sostiene que los franceses son seres insufriblemente pedantes. Yo creo que ese ese estereotipo se debe mucho al lenguaje en sí mismo, o más concretamente a la tonada que emplean para hablarlo, la cual trasladada a cualquier otro idioma trae la impresión inmediata de una mezcla horrible entre desdén y exasperación.

Pero, si uno se fija bien, los franceses utilizan esta misma cantinela para hablarse unos a otros cuando charlan de fútbol o piden la cuenta o se dicen cosas tiernas al oído, lo que invalida esa primera sensación negativa que uno puede llegar a tener. Y la verdad es que, en mi modesta opinión, pocas lenguas resultan tan musicales y seductoras como ésa, aún si uno no llega a entender casi nada de lo que se dice.

Aparte, un idioma que en el que una palabra tan simple como "hoy" se dice de un modo tan poéticamente enrevesado como "aujourd'hui" no puede jamás ser tachado de feo.


Quizás Don Mateo comparte conmigo mi embelesamiento con el francés, porque en pleno pasillo del aeropuerto Charles de Gaulle fue a quedar absolutamente prendado de una pizpireta lugareña, como fehacientemente atestigua la siguiente fotografía:

Amor en el Charles de Gaulle, con fondo de chansonette

Amor en el Charles de Gaulle, con fondo de chansonette

Pero, como ya todos saben, los amores de aeropuerto son aun más fugaces que las pasiones de verano, y en menos de un minuto ya el objeto de su afecto se marchaba para siempre, de la mano de su madre, por la puerta de embarque número D73.

Y hasta me pareció que al rudo rufián se le escapaba un lagrimón, miren ustedes.

Susurros en la noche

A eso de las cuatro de la mañana me desperté con la boca seca y el recuerdo neblinoso de un sueño en el que, como siempre, alguien me perseguía. Tambaleando rumbo al baño, me extrañó escuchar una especie de murmullo ahogado que provenía de la habitación de Mateo.

Me acerqué a la puerta en puntas de pie, apenas empujándola para poder escuchar mejor y, en una de ésas, llegar a ver algo. Adentro, sentado muy erguido en su cuna, Mateo susurraba algo en francés por un modernísimo teléfono celular que yo jamás había visto antes. No pude entender todo lo que decía, pero juraría que estaba ultimando detalles con el jefe de la barra del Paris Saint Germain para unir fuerzas en una emboscada contra la hinchada del Schalke 04 en las afueras de Düsseldorf. Lo último que escuché antes de volverme en silencio a la cama fue la firme promesa de que llevará en su equipaje el pote de dulce de leche que, imagino, le habrá encargado el galo en una comunicación anterior.

Tardé un rato en dormirme, más admirado por el notable don de lenguas del pequeño rufián que preocupado por sus planes de delincuencia, los cuales a esta altura no son ninguna novedad.

Hoy por la tarde ya nos estaremos embarcando con rumbo a Hamburgo. Que alguien por favor dé aviso a Interpol.

Una mano de esmalte

Los lectores habituales notarán (y si no lo hacen, basta con presionar Ctrl+F5 para refrescar sus navegadores) que Amor Entintado acaba de sobrellevar una sutil pero contundente pintarrajeada, saltando al sucio callejón del color para escapar de la gris y pulcra avenida que venía transitando desde su nacimiento. Seguramente queden por ahí algunas esquinas que necesitarán una segunda manito de barniz, pero esos detalles se irán corrigiendo con el tiempo.

"¡Es sólo burdo maquillaje sobre el mismo diseño de siempre!", dirán unos. "¡Aún más aburrido y soso que antes!", gritarán otros. "¡Son los mismos colores que quedaron en nuestra alfombra del baño luego de que el perro vomitara allí los restos de un roedor de origen desconocido!", sollozará el resto. Y lo más triste es que todos tendrán razón.

¿Cuáles fueron los elementos inspiradores de esta lamentable explosión cromática? El daltonismo y el mal gusto, principalmente. Hay algo también otoñal en la paleta, en armonía con la estación que asoma por la ventana acá en el hemisferio sur.

Calle a unos metros de la morada Entintada

Calle a unos metros de la morada Entintada

Pero la colorida novedad tiene una razón muchísimo más concreta, más viajera, más deportiva. Se vislumbra en estos predominantes tonos de verde el fresco césped de los campos de juego teutones, ávidos de recibir el talento de los cientos de muchachones que, provenientes de las más variopintas regiones del planeta, se disponen en unos días a morder un bocado de gloria con la pelota en los pies. Y en los manchones de rojo y bermellón es posible adivinar la furia de la sangre que galopa por las venas de atletas y espectadores, el fatal destierro de una tarjeta en manos de un árbitro receloso, los millares de litros de vino tinto necesarios para mitigar la angustia de los fanáticos decepcionados.

Es que Don Mateo, el más temido barrabrava de la comitiva argentina, nos ha concedido el honor de acompañarlo en su periplo por tierras mundialistas y este rincón se transformará (por unos días) en el diario de viaje de los Entintados a través de la milenaria Europa Central.

El peligroso truhán descansa en su lúgubre lecho, acumulando energías para sus futuros desmanes

El peligroso truhán descansa en su lúgubre lecho, acumulando energías para sus futuros desmanes

Y ojo, que no se hablará (casi nada) de fútbol. Ya muchos otros buenos weblogs manejan el tema con gran idoneidad y poco podría yo aportar al respecto. Mas bien se tratará, supongo, de una serie de pequeños retazos, impresiones recogidas en calles que se caminan por primera vez, traducciones erróneas de conversaciones en las salas de espera de los aeropuertos, torpes intentos de transmitir con palabras cosas que no se deberían. Intentaré ser más prolífico, hasta el punto de generar (en la medida de lo posible) más de un post diario. Pero a la vez me llamaré a la brevedad, cediéndole el protagonismo a las imágenes en detrimento de la prosa malamente retorcida que suele abundar por aquí (y puedo adivinar el coro de suspiros aliviados del otro lado de la pantalla).

Será una experiencia completamente novedosa para quien esto escribe y espero sinceramente que resulte disfrutable también para los estimados lectores, ya sean visitantes habituales o flamantes víctimas.

Partimos en nuestra aventura dentro de algunos días, así que sepan disculpar el desparramo de pasaportes, medias y calzoncillos mientras terminamos de armar el equipaje.

Guardias

A pesar de que el Hospicio Santa Elvira alberga exclusivamente a pacientes psiquiátricos, cuyos trastornos suelen presentarse de manera gradual y pueden tomar varias semanas para diagnosticarse correctamente, los médicos allí apostados igualmente cumplen con un sistema de guardias nocturnas para la atención de emergencias. Es que nunca falta el psicótico que intenta desollar viva a su ama de llaves en la madrugada de un feriado o aquel esquizofrénico que se pone a discutir a grito pelado con sus otras personalidades a las cuatro de la mañana, despertando a toda la vecindad.

Hoy en día, los turnos para estas guardias son distribuidos de manera equitativa y razonable, asignándose (por lo general) sólo una vez por semana a cada facultativo. Pero a principios del siglo pasado el sistema era mucho más laxo y los doctores que buscaban algún ingreso monetario adicional podían cumplir con varias noches seguidas de guardia, ya que no existían límites al respecto. De hecho, en esa época se generó dentro del hospicio una especie de submundo lúdico en el que se realizaban cuantiosas apuestas buscando ver quién lograba permanecer en el nosocomio durante la mayor cantidad de horas consecutivas. El récord absoluto fue conseguido en el otoño del año 1919 por el Doctor Ludovico Stellafuoco, un psiquiatra veronés que atendió pacientes (entre consultas y guardias) por más de quince días corridos, sin descanso. Lamentablemente, los serios contratiempos provocados por esta notable proeza hicieron que este tipo de maratón laboral en el hospicio fuera expresamente prohibida por las autoridades de ahí en adelante.

Durante la primer semana, el Dr. Stellafuoco cumplió con sus deberes de manera ejemplar, elaborando acertados diagnósticos sin titubear y recetando perfectas dosis de psicotrópicos y antidepresivos. Pero pasados ya los diez días de labor continua, la falta de buen sueño y el lógico cansancio comenzaron a hacer mella en sus habilidades. La primera señal de alarma se encendió cuando su secretaria entró al consultorio y lo encontró tomando la temperatura basal de una pequeña estufa a leña, mientras murmuraba: "Matilde, me temo que sus fiebres delirantes continúan agravándose". Al día siguiente, un enfermero tuvo que separarlo a la fuerza de un paciente que sufría de persistentes alucinaciones, a quien intentó devorar a mordiscones para demostrarle de manera inequívoca que no era un pollo al spiedo, o por lo menos que (según sus propias palabras) "si lo es, está todavía bastante crudo".

El hecho que terminó de convencer a los directivos de la institución de la necesidad de enviarlo de una buena vez a su casa a descansar fue cuando, combinando un cable de alta tensión y la laguna decorativa ubicada en el jardín central del edificio, aplicó una exagerada terapia de electroshock grupal a más de setecientas personas en forma simultánea, muchas de las cuales (según se descubrió al catalogar los chamuscados cadáveres) ni siquiera eran pacientes en Santa Elvira.

Pero es sabido que las leyendas son eternas. Y tal es así que, hoy en día, cuando los jóvenes residentes del Hospicio Santa Elvira logran burlar de alguna manera el sistema y agenciarse dos turnos consecutivos de guardia, se refieren al hecho (quizás sin conocer su origen) como a "hacer la gran Stellafuoco".

(Anteriormente, en esta misma saga: ¡Salud!)

El inadaptado de siempre

El Mundial de Fútbol se cierne, omnipresente e inevitable, sobre todos nosotros. Y Mateo El Grande, fiel a su tradición de precoz delincuencia, seguramente aprovechará esta inmejorable oportunidad para hacerse con el liderazgo de la temible barra brava argentina, destinada a asolar las apacibles tierras germanas. Por ahora, el pequeño salvaje demuestra la seriedad de su misión dedicando varias horas diarias a entrenarse en diversas actividades requeridas para desempeñar con idoneidad esta importante labor, tal como se demuestra en los siguientes testimonios fotográficos:

Mateo entrena para barra brava, toma uno

Mateo entrena para barra brava, toma uno

Ejercicio 1: Poner cara de inocente y desentendido, mientras se ocupan las manos (fuera de la imagen) en quitar las dos pilas tamaño AA de la radio portátil para revoleárselas al juez de línea más cercano, quien nos cobró ya varios offsides inexistentes.

Mateo entrena para barra brava, toma dos

Mateo entrena para barra brava, toma dos

Ejercicio 2: Demostrar una alegría incontrolable y contagiosa al comprobar que el ataque al mencionado árbitro asistente fue efectivo, a juzgar por la necesidad de los médicos de realizarle una tomografía computada en pleno campo para evaluar la gravedad de su conmoción cerebral. Como beneficio adicional, esta misma expresión puede utilizarse en el poco probable caso de que haya algún gol que festejar.

Mateo entrena para barra brava, toma tres

Mateo entrena para barra brava, toma tres

Ejercicio 3: Colgarse del alambrado y engalanar con ocurrentes epítetos el árbol genealógico completo del volante creativo del equipo contrario, buscando desconcentrarlo en su labor, sin importar que el susodicho no comprenda ni una sola palabra del idioma castellano.

Autoridades policíacas alemanas, un simple consejo: prepárense para lo peor.

Integrando los derivados

La idea es que primero se edite un remix a cargo de uno de los DJs más reconocidos de Ibiza, transformándose en uno de los éxitos del verano europeo. Unos meses después comenzará a circular en Internet una grabación en vivo de calidad mediocre, pirateada por un atrevido adolescente en uno de nuestros shows en Toronto. Al año siguiente iniciaremos una muy publicitada batalla legal contra un grupo heavy metal finlandés, acusándolos de haber plagiado descaradamente gran parte del tema (doce compases y medio, para ser exactos) en el cuarto corte de su álbum debut, "Cocinando para Belcebú". Alrededor de esta misma época, en un disco de homenaje a nuestra carrera que reunirá a lo más selecto de la escena folklórica argentina, un veterano artista de ilustre pasado y emblemática barba interpretará su bellísima versión, acompañado únicamente por una guitarra acústica y un trío de quenas del altiplano.

A esta altura será clara para nosotros la inutilidad de dar a conocer la canción original, ya que preferiremos que nuestro público disfrute de la libertad de poder reconstruirla a gusto en base a todas sus reinterpretaciones. Y ya que jamás la editaremos, podemos ahorrarnos hoy el molesto trámite de tener que componerla, lo cual nos deja bastante tiempo libre para otras actividades más placenteras, como confeccionar artesanías en macramé o escuchar algún programa en radio AM.

Madera verde

Entre el apuro por hacerse a la mar (motivado, según dicen, por escapar cuanto antes de sus acreedores) y los míseros recursos económicos a su disposición, el capitán Fernando Luis Lozano se vio obligado a sacrificar varios aspectos cualitativos de su ambicioso proyecto de circunnavegación. Los miembros de su tripulación, por caso, fueron seleccionados al azar entre los comensales de una cantina aledaña al puerto de Castro Urdiales y contaban, sin excepción, con una experiencia carcelaria mucho más vasta que lo que la prudencia recomendaría. A la hora de adquirir los comestibles para ser consumidos durante el periplo, Lozano sólo contaba con dinero suficiente para hacerse con seis quintales de nabos valencianos en escabeche, conserva ciertamente deliciosa pero algo monótona luego de un par de semanas de travesía. A falta de brújulas, catalejos y sextantes, un simple juego escolar de escuadra, compás y transportador (obsequiado junto al fascículo de otoño de una popular publicación infantil de la época) habría de funcionar como única herramienta de navegación.

Quizás uno de los mayores sacrificios fue el de la nave propiamente dicha, la hoy legendaria "Mozalbeta". Como nuestro atribulado aventurero no lograba costearse una embarcación decente, tuvo que conformarse con una vetusta y descalabrada carabela que compró a un viejo comerciante marino de la zona a cambio de seis doblones de oro y los favores amatorios de su mismísima hermana (quien, convengamos, no ofreció demasiada resistencia al enterarse de la oferta que la contaba como protagonista). Tan derruidos se encontraban el casco y las estructuras internas de la nave, sobreviviente a duras penas de incontables hundimientos, que era imposible zarpar sin antes taponar al menos los boquetes más importantes. Lozano ordenó entonces a algunos de sus hombres que hacharan varios ejemplares de los árboles más imponentes que encontraran en las afueras de la ciudad, con la idea de utilizarlos como material reparatorio. Así fue que, con las nuevas planchuelas de remiendo aún rezumando savia pegajosa, "La Mozalbeta" y su dudoso equipo de navegantes partieron rumbo al Norte.

Uno de los efectos secundarios más curiosos de tan apurado emparchamiento, además de sonoros chirridos al surcar mares embravecidos y una curiosa tendencia a atraer cardúmenes de barracudas y tiburones, fue que estos tiernos maderos absorbieron la natural humedad del ambiente marino a raudales y, como es lógico, comenzaron a dejar brotar verdísimos retoños a diestra y siniestra. A los pocos días de zarpar, el área de camarotes asemejaba un verdadero bosque, tan frondoso que un grumete se dedicaba exclusivamente a acompañar a los miembros de la tripulación hacia sus catres, abriendo camino a fuerza de machetazos.

Este molesto inconveniente, sin embargo, tuvo una faceta ciertamente positiva: al estar rodeados de tan profusa vegetación, originaria de los campos en los que habían nacido y crecido, los salvajes marinos dormían arropados por los aromas de su niñez y soñaban dulcemente, recordando largas tardes de verano a la vera del arroyo, los ojos almendrados de aquellas niñas en el pueblo al otro lado del monte y las caricias tibias de sus madres al darles el beso de las buenas noches. Muchos aseguran que esta sensación de pleno bienestar infantil a la hora de conciliar el sueño pudo haber atemperado los ánimos habitualmente inflamables de estos toscos muchachos, al punto de retrasar por varias semanas el inevitable y violento final de tan infausta travesía.

Y fue así que la premura, la naturaleza y el azar, en extraña sociedad, conspiraron para que esta odisea (que jamás tendría que haber comenzado) se prolongara bastante más que lo estrictamente necesario.

(Anteriormente, en esta misma saga: Proa hacia allá)