Esas pequeñas cosas

Un rato antes de embarcar para volvernos a Buenos Aires me asaltó (como siempre) esa desesperación de no tener nada para leer durante el vuelo, en caso de que no pudiera dormir. Así fue que entré a uno de los varios puestos de libros y revistas que se multiplican en el aeropuerto y pasé a revisar pacientemente la oferta literaria. Me terminé decidiendo por Never let me go (traducida al castellano como Nunca me abandones), la más reciente novela del japonés-británico Kazuo Ishiguro. Ya había disfrutado antes de su estilo sobrio y delicado (casi se diría untable), así que supuse que no podría estar equivocándome demasiado en mi elección.

Portada

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Como también suele ocurrir, no llegué a leer más de un capítulo en el avión antes de caer desmayado por el sueño, despatarrado en alguna pose invariablemente indigna. El pobre libro entró entonces en modo "lectura fuera de período vacacional", en el que apenas puedo encontrar el tiempo para avanzar, con suerte, seis o siete páginas por día. Varios de los volúmenes que en el pasado cayeron en este limbo terminaron siendo abandonados, casi siempre injustamente.

Pero eso no está ocurriendo en este caso, y creo que se debe a circunstancias totalmente ajenas a sus méritos artísticos. No es que la historia no me atrape (de hecho, me resulta bastante entretenida, más allá de un trasfondo argumental algo remanido en estos últimos años), pero lo cierto es que hay pequeños detalles de diseño que están actuando como imanes subconscientes.

Por poner un ejemplo, me atrae muchísimo la tipografía que eligieron. Busqué el nombre en la referencia técnica de las primeras páginas, pero no supe encontrarlo. Es bastante genérica, pero hay ciertos rasgos (la patita alargada de la R mayúscula, las serifas en la y minúscula apuntando todas para el mismo lado) que me resultan fascinantes.

Detalle interno (uno)

Detalle interno (uno)

Pero lo que más me seduce, por lejos, son los minúsculos garabatos antropomórficos que cada tanto marcan algún salto dentro de la narración. Hay varias docenas a lo largo del libro, todos distintos entre sí. No sé todavía si tienen algo que ver con la trama, pero lo cierto es que cada vez que levanto el libro me propongo como meta tácita llegar hasta el próximo dibujito, para quedarme después estudiándolo por un rato, embobado.

Detalle interno (dos)

Detalle interno (dos)

Detalle interno (tres)

Detalle interno (tres)

Detalle interno (cuatro)

Detalle interno (cuatro)

Vaya uno a saber cuántas veces, a lo largo de mi vida, terminé dándole mayor relevancia que la merecida a algo debido a cositas así, tan intrascendentes a primera vista pero planeadas seguramente con gran cuidado.

Al final va a resultar que los especialistas en marketing subliminal tuvieron siempre toda la razón.