Tal cual

Llegó a la esquina y se detuvo repentinamente, rígido como el rector de una escuela religiosa en Bavaria a principios de siglo veinte. Miró a su alrededor, nervioso, como si sus ojos siguieran el vaivén enloquecido de la pelotita de ping pong durante una final olímpica. Un sudor frío como el estetoscopio de un médico esquimal comenzó a escurrirse por su sien. La certeza, definitiva como un silbato final, se le instaló en el corazón: su vida estaría de ahí en adelante condenada a ser una serie de comparaciones estúpidas, insoportables como estas líneas que, por suerte, aquí terminan.