Ahí y entonces

En un suburbio relativamente tranquilo al norte de Buenos Aires, un Febrero perezoso araña el mediodía. El sol se escurre, pálido, entre una tenue cortina de nubes deshilachadas, como si pidiera permiso después de varios días de haber desaparecido, esgrimiendo la excusa de aquella tormenta que trajo consigo el viento del sudeste.

El edificio rompe un poco la chatura del barrio, aunque no es muy alto y las curvas suaves que eligieron sus arquitectos lo hacen aparecer casi dócil. Se lo puede abarcar fácilmente con un golpe de vista desde la vereda sin levantar demasiado la cabeza, asomándose entre las ramas de los árboles que se estiran a lo largo de la cuadra.

Si los ventanales que cubren enteramente la fachada no reflejaran tanto el cielo, algún curioso podría espiar el interior de la pequeña oficina que se acomoda en una esquina del tercer piso. Adentro, el olor de las paredes recién pintadas y algunas cajas de cartón apiladas en un rincón dan la impresión de una mudanza reciente. Tres escritorios se desparraman sobre la alfombra color arena, cubiertos de cables enmarañados, monitores que zumban gentilmente y teclados llenos de polvo. El resto del panorama se completa con una pequeña cocina que podría estar más ordenada y algunas sillas vacías, impersonales en su plástico negro y frío cromado.

Sentado frente al único de los escritorios que destella señales de vida (fotografías familiares, papeles desordenados, un café ya frío), el muchacho deja de tipear en su teclado por un instante y se suena los dedos sin desviar la vista de la pantalla. Se lo nota entusiasmado mientras repasa el último párrafo que acaba de escribir, repitiendo para sí las palabras en voz baja. Es que, ya hastiado de sus vagos cuentos atemporales situados siempre en escenarios indistinguibles y brumosos, por fin ha logrado comenzar un relato con una minuciosa descripción del lugar y el momento en que transcurre la acción.

Claro que tanto detalle acerca de ubicaciones espacio-temporales no deja lugar para trama alguna en su obra, que termina casi antes de comenzar, pero eso no parece molestarle en lo más mínimo. Con una media sonrisa colgando de los labios, suspira satisfecho y pone el punto final.